Hoy voy a escribir sobre un músico universal cuya influencia sigue estando vigente en nuestros días, más allá de la música clásica: Henry Purcell.

Nuestro protagonista nace en Westmister en 1659 y fallece en el mismo lugar de nacimiento en 1695, con apenas 36 años. Su orientación musical vino de cuna puesto que su padre fue cantante, Caballero de la Capilla Real, si bien tras la prematura muerte de su padre (llamado como su hijo, Henry), quedó al cargo de su tío, Thomas Purcell, también integrante de la Capilla Real, ingresando en el coro donde recibió sus primeras clases musicales.

En 1676 fue nombrado ayudante organista de la Abadía de Westmister y desde 1682, tras la renuncia de John Blow, se convierte en el organista principal, año en el que se casó con su esposa Frances, con la que llegaría a tener 6 hijos. En 1683 fue nombrado organista de la Capilla Real y constructor de órganos reales.

Puede resultar curioso que se trate en este foro de un compositor de óperas, música para obras teatrales, y,  por supuesto, música sacra, cuando en “este territorio” lo que impera es la guitarra en sus diferentes modalidades, pero resulta que Purcell tiene en nuestros días una importante cantidad de obras transcritas para nuestro instrumento, y casualmente, en esta misma semana, tuve la oportunidad de descubrir una de ellas. Efectivamente, en el pequeño tiempo del que dispongo  para la lectura a primera vista, me enfrenté a una obra que no pasa desapercibida desde el encabezamiento de su partitura: primero, al constatar que corresponde al gran Henry Purcell; segundo y especialmente, porque su ejecución requiere un cambio de afinación no extraño, pero sí que resulta poco habitual tanto en la música antigua como en la clásica, escritas para guitarra. Efectivamente, la afinación pautada requiere una bajada de un tono en la Sexta cuerda (Mi) para convertirse en Re al aire, con el consiguiente efecto en todas las notas que puedan pulsarse en esta cuerda, que se transforman igualmente por efecto del tono “aflojado”. En otras ocasiones hablamos en este foro de la afinación típica de la guitarra antigua del Renacimiento, consistente en rebajar medio tono a la tercera cuerda (Sol) para convertirse en Fa# (véase la entrada de este blog de 23-2-2018 sobre el guitarrista renacentista, Robert Johnson, la «guitarra» antigua).

La obra a la que me refiero es un Minueto en Re Menor, diseñado, cómo no, en compás ternario de subdivisión binaria (3/4), con apenas 20 compases, sin gran dificultad rítmica ni técnica, lo que facilita sin duda su lectura, resultando recurrente como alteración accidental el séptimo grado alterado para caer en la tónica en las subidas melódicas y la neutralización del sostenido en las bajadas por medio del becuadro. Tocar este minueto resulta envolvente y magnético para transportarte al siglo XVII, a una de esas épocas tan apasionantes como difíciles, transmitiéndonos el modo menor de la composición una melancolía que contrasta con la definición de esta figura musical (minueto) como una danza (que siempre asociamos al divertimento compartido). Resulta útil y didáctica una línea final de compases que se presenta como alternativa -seguramente de la propia composición original- de dos de sus pasajes, cuya ejecución enriquece su resultado final: un grupo de fusas a modo de floreo entre sensible y tónica, que igualmente tiene un reflejo en otro pasaje posterior en el que se multiplican las notas, lo que dinamiza una composición cuyo tempo no resulta rápido. Esta obra está publicada en el Manual de Tomás Camacho, titulado “Escuela de Guitarra”, Volumen 2º, Editorial Real Musical, 1ª Edición de octubre de 2002.

Sin embargo, mi primer contacto con este gran compositor inglés fue cuando escuché en 1990 su obra maestra: la Ópera “Dido y Eneas” (1689), que constituye un auténtico hito en la historia de la música dramática inglesa, escrita según un libreto de Nathum Tate, basada en la historia de amor extraída de “La Eneida” de Virgilio sobre la Reina de Cartago Dido y el Troyano Eneas. La obra tiene una partitura de cuerdas “cuatro partes” y continuo. En el libreto de interpretación de la Escuela de Chelsea se recogen dos danzas para guitarra: la “Dance Gittars Chacony” (acto I) y “Gittar Ground a Dance” (acto II), y sin duda me llamó profundamente la atención, escuchar en una ópera fragmentos solistas de guitarra, y que ha llevado a los estudiosos a mantener que Purcell la consideraba como instrumento primario del grupo de continuo para la Ópera. Sin embargo, la realidad es que no existe o no conservamos las partituras de estas danzas, si bien sabemos que existían, o quizás que su ejecución se dejaba a la improvisación del guitarrista. En cualquier caso la edición del disco de vinilo que escuché a principios de los noventa, grabada en 1967 con el sello Archiv Produktion, deja un pasaje de cuerda pulsada verdaderamente hermoso, interpretado por los guitarristas Eike Funck y Sonja Prunnbauer, siempre quedará en mi recuerdo, con una asociación entre Purcell, la ópera y la guitarra; recuerdo que ha sido felizmente revivido al descubrir la partitura del Minueto comentado anteriormente.

En la actualidad resulta bastante accesible el material para guitarra de las obras de Purcell, en buena medida por el compositor, guitarrista y profesor Norddrak que, movido por su pasión por la música de este genio barroco, lleva varios años realizando transcripciones de sus partituras originales para clavicémbalo (también llamado clavecín o clave, y que pertenece a la familia de los instrumentos de cuerda pulsada, como la guitarra o el arpa; pese a tener teclado no es un instrumento de cuerda percutida como el piano o el clavicordio. Entre otras transcripciones de este estudioso están: “The Queen´s Dolour, “A Farewell Z.670”, “Minueto en La Menor Z.649”, “Song tune Z.T694”, o “Rigadoon Z.653” (los rigodones eran danzas alegres de origen provenzal de la época de Purcell). Y también quiero agradecer especialmente al profesor Norddrak su transcripción de “A New Ground in Em”, arreglado -ahí es nada-, para guitarra eléctrica, guitarra clásica y bajo eléctrico, accesible en YouTube, y que suena “como un cañón”, con una guitarra eléctrica distorsionada y provista de tres pastillas (dos dobles “Humbucker” y una simple). ¡Quién sabe si Henry viviese hoy, si reescribiría algún pasaje para guitarra eléctrica en su Ópera cumbre, “Dido y Eneas”! Aunque lo cierto es que los instrumentos, por modernos que sean, no transforman una música escrita en el siglo XVII a un estilo contemporáneo, las estructuras armónicas y las melodías empleadas son barrocas “intemporalmente”. Igualmente pueden disfrutarse “Dance of the Followers of Night”, “Prelude” -interpretadas por un cuarteto de guitarras “Take Four Guitar Cuartet”-, “Ground”-por el “Kaiser Schmidt Guitar Duo”, o la Suite nº2 -por Kozo Kanatani-.

Henry Purcell fue compositor desde su juventud: su primera obra comprobada es “Oda para el Cumpleaños del Rey” (1670), escribiendo diversas canciones para “Aires, canciones y diálogos elegidos” de John Playford y también un himno para la Capilla Real, cuyo nombre ignoramos pero que sí sabemos que lo compuso, gracias a una carta escrita por su tío Thomas, en la que indica que fue escrito para la extraordinaria voz del reverendo John Gostling, para quien compuso varios himnos, y que tenía una voz de bajo profundo que al parecer tenía una tesitura de voz de dos octavas completas. Uno de los que se conserva es “They That go down to the sea in ships”, que se compuso en agradecimiento al providencial rescate de un naufragio que afectó al Rey en el Solent (estrecho marino localizado en el Canal de La Mancha, que separa la isla de Wight de la isla de Gran Bretaña). El reverendo Gostling que acompañaba al Rey y que también sobrevivió, reunió una serie de versos de los salmos en forma de himno, encargando a Purcell que compusiera la música.

En 1677 compuso música para la tragedia de “Aphra Behn Abdelazar” y poco después una obertura y mascarada para una versión de Shadwell sobre la obra de teatro de Shakespeare “Timón de Atenas”. Pese a que al ser nombrado organista principal se dedicó mayormente a la música sacra tuvo tiempo también para componer la música para “Teodosio” (de Nathaniel Lee) y para “Esposa Virtuosa” de Thomas de D´Urfey. También tuvo la oportunidad de componer otras obras operísticas como “Dioclesian”, “King Arthur”, “The Fairy Queen” o “The Indian Queen” (si bien son consideradas por los estudiosos como semióperas, género musical lírico barroco que combina el canto y la música con escenas habladas). Hablamos de un compositor con más de 800 obras, que dejó su impronta en música instrumental, profana, religiosa y escénica. Un “todo terreno” de la composición.

Pero si toda esa obra no fuese ya suficiente para alcanzar la excelencia musical no podemos olvidar que se trata de un compositor que ha extendido con éxito su influencia sobre los músicos actuales y en estilos tan diversos como el Pop o el Rock: The Who, The Beatles, Jimy Hendrix, Led Zeppelin, etc., tal y como apunta Emilio de Gorgot en su monográfico “Classical for dummies: Henry Purcell”.

Sin duda Henry, en tu caso, no es que tu música siga viva sino que has conseguido ser influyente en las composiciones de tantos y tantos músicos contemporáneos que han tenido presente tus obras en su proceso creativo. Tu epitafio en la Abadía de Westmister, enterrado bajo tu adorable clavicémbalo, reza: “aquí yace el honorable Henry Purcell, quien dejó esta vida y ha ido a ese único lugar bendito donde su armonía puede ser superada”, y es que te habrás ido a un mundo con mejores armonías pero en la tierra has sido sublime.