En esta apacible tarde festiva, como lo prometido es deuda, voy a tratar la figura de un guitarrista simpar del mundo del Blues, con el mismo nombre y apellidos que el vihuelista y laudista post-renacentista Robert Johnson, cuya biografía se trató en este blog, el 23 de febrero de 2018: Robert Johnson, la «guitarra» antigua, -momento en el que asumí por escrito dedicar un episodio al gran guitarrista de hoy-; dos grandes de la cuerda pulsada separados por cuatro siglos. A buen seguro que con un nombre y apellido tan comunes no habrá que esperar tanto tiempo para que otro Robert Johnson “coja su fusil de seis cuerdas”, aunque, eso sí, difícilmente aparecerá en poco tiempo un talento equiparable a estos dos grandes músicos.

Nuestro protagonista de hoy, nace el 8 de mayo de 1911 en la localidad de Hazlehurst (Mississippi) y fallece en Greenwood (Mississippi) el 16 de agosto de 1938, con apenas 27 años.

Resulta llamativo que con una carrera tan limitada temporalmente por la “General” muerte, y con sólo 29 canciones, este nieto de esclavos haya podido alcanzar un lugar en la pasarela de la historia de la guitarra, pero, como veremos, con total justicia, ya que 29 temas convertidos en clásicos, cuando miles y miles de canciones casi se olvidan en el imaginario cultural cada año, son un fructífero botín que responde a un talento descomunal prematuramente truncado.

Robert fue el undécimo hijo de sus padres, (si bien fue un hijo no matrimonial de su madre, Julie Ann Majors, con Noah Johnson, de donde deriva su apellido legítimo), y pasó su infancia en una plantación cercana a Robinsonville, donde comenzó a tocar la armónica, si bien también mostró interés por el arpa. El contacto con la música del guitarrista y vocalista norteamericano Charley Patton (1891-1934), el padre del Delta Blues, así como con la de los guitarristas y cantantes estadounidenses del Blues, Willie Lee Brown (1900-1952), y Son House (1902-1988), le inclinaron a definirse por la guitarra. De ellos puede decirse que Son House fue quien en mayor medida influyó musicalmente en Robert, al que enseñó el estilo “slide”, consistente en tocar una nota y luego deslizar el dedo a otro traste hacia arriba o hacia abajo del diapasón, técnica también llamada “bottleneck”, por utilizar en el deslizamiento el cuello de una botella de vidrio.

Al parecer, según relató Son, el pequeño Robert se las arreglaba para escaparse de casa y frecuentar las tabernas, no siempre de ambiente saludable, en las que Son y sus músicos tocaban en largas veladas de sábado noche.

La guitarra de Robert Johnson era una Sears-Roebuck “Stella”, guitarra acústica, con el color rojizo difuminado dominante, escoltado por un cierre perimetral en negro. Según Paul Oliver, uno de los grandes historiadores del Blues, a la vez que ponía en valor su calidad, dejaba entrever que la dureza de sus letras y la naturaleza obsesiva de muchos de sus temas podrían servir de contrapeso a un posible complejo del gran Johnson derivado de un problema en uno de sus ojos (una catarata) que le hacía transmitir una mirada extraña. Bueno, es una forma de verlo. Yo tengo una prima que ha llegado a lo más alto de su profesión con una catarata congénita en un ojo, que hace que su mirada con un ojo marrón y otro verde resulte tan curiosa como magnética pero, con total seguridad, que nunca fue un defecto para ella (por más que tenga una discapacidad visual en ese ojo) y, es más, me parece una mirada original y luminosa la de alguien que te puede mirar con un par de ojos de diferente color.

Pero volvamos al bluesman, no cabe duda de que el citado historiador no iba desencaminado en cuanto al carácter atormentado de Robert, cuyas letras, -en muchas ocasiones con menciones al Maligno-, unidas a su desgarradora voz y a un simbolismo oscuro y rebuscado nos ponen ante un cuadro musical de gran intensidad emocional. Pero es que su vida tuvo importantes desgracias como el fallecimiento de su primera esposa, Virginia Travis, en el parto en el que iba dar a luz a su hijo que también murió en el trance. Su matrimonio posterior con Esther Lockwood no le dio hijos, si bien el hijo de ésta, Robert Lockwood Junior, siguió los pasos de su padrastro para convertirse en músico de Blues. Su único hijo conocido se lo dio Virgie Cain, llamado Claud L. Johnson (1931-2015), quien se encargó de la fundación que recuerda a su padre.

La fama de Robert Johnson resulta tan rápida como efímera: llegados los primeros treinta, a la vez que su vida a alcanzaba la veintena comienza a tocar fuera de su estado natal y, especialmente, cuando, ya en 1936, tuvo la oportunidad de acompañar a músicos de la talla de Sonny Boy William (1914-1948), Howling’ Wolf (1910-1976) o Elmore James (1918-1963).

Ese año resultó decisivo para Robert al tener la oportunidad de grabar en el estudio itinerante de la American Recording Corporación (ARC) que se había establecido en Texas, en concreto en un hotel de San Antonio, donde dejó para la posteridad 16 temas.

En sus canciones Johnson trabaja con otras afinaciones como la Drop D (sexta cuerda en Re), la Open G (Re, Si, Sol, Re, Sol, Re), o la Open D (Re, la, Fa#, Re, La, Re).

En 1937, nuestro músico, tras acompañar al cantante y guitarrista estadounidense Johnny Shines (1915-1992), pasó de nuevo por el estudio para grabar 13 temas, que serían sus últimas canciones grabadas, destacando “Love in Vain” and “Little Queen of Spades”.

Su final estaba cerca, aunque seguramente no lo sintió aproximarse, pues fue invitado a tocar a una casa privada -como en tantas ocasiones- y, al parecer, su anfitrión lo envenenó como venganza a una posible relación entre el bluesman y su mujer. ¡Qué forma de resolver las cosas! Y… ¡Qué pérdida irreparable de un talento magistral en lo mejor de la vida! Aunque también es cierto que una historia tan trágica como esta, repleta de misterio y oscuridad, resulta inflamable para consolidar una épica historia de fama y trascendencia. No obstante, la realidad de esta historia no está del todo aclarada: se habla de una muerte natural por enfermedad (neumonía, sífilis) e incluso violenta de otra causalidad, por arma de fuego, pero como no se práctico autopsia no podemos verificar la causa de su fallecimiento.

El puñado de canciones de Robert Johnson están integradas en el doble álbum “King of the Delta Blues Singers”, editado por Columbia. El cine tampoco ha olvidado al bueno de Johnson gracias al cineasta Walter Hill, quien en su película “Crossroads” (1986) recompone la ambientación de la época, sirviéndose para emular su sonido de las prodigiosas manos de Ry Cooder, cuya trayectoria sin duda será tratada en un próximo episodio en este blog. Posteriormente, en 2001 se filmó “O Brother” y en 2013 se hizo “Pawn Shop Chronicles”, donde se trata de alguna manera de la leyenda de un pacto con el demonio para conseguir una mayor maestría con la guitarra, pero me temo que sin talento y horas de práctica no se puede ser un buen guitarrista.

La gran contribución de Robert Johnson al mundo musical ha sido alcanzar la condición de precursor del estilo “Boogie-woogie” (estilo de Blues en el que el piano lleva la parte principal, con un ritmo rápido y bailable), además de haber conseguido que la práctica totalidad de sus canciones hayan sido versionadas por tantos músicos no sólo del Blues sino también del Rock. Su técnica resulta característica por un intercambio de golpes entre voz y figuras rítmicas con la guitarra, adornadas por glissandos, (efecto sonoro que consiste en pasar rápido, de un sonido a otro más agudo haciendo que se escuchen todos los sonidos intermedios), en un ritmo binario de subdivisión binaria marcado con el pulgar sobre las cuerdas graves.

La influencia de su música ha tocado a buena parte de la figuras de la segunda mitad del siglo XX: Bob Dylan, Jimmy Hendrix, Led Zeppelin, The Rolling Stones, Slash, Queen o Eric Clapton, entre otros. No en vano es considerado, nada más y nada menos, como “el abuelo del Rock”; un abuelo “veinteañero” que contempla cómo los demás cumplen años mientras su música sigue en envidiable juventud, ocupando el puesto 71 de la lista de los cien más grandes guitarristas de todos los tiempos de la Revista Rolling Stone, además de disponer de un lugar en el Salón de la Fama del Rock and Roll desde 1986 (48 años después de su desaparición).

Ciertamente, querido Robert, no esperabas que aquella noche de verano de 1938, en la que una vez más ibas a dar una sesión de calidad musical, fuese la de tu último concierto. Ojalá que allá donde estés te hayan recibido bien y hayas tenido sitio en tu celestial equipaje para llevarte a tu guitarra acústica (la Sears-Roebuck “Stella”), con la que entretener a cada estrella con la que te cruces. Espera por nosotr@s y llénate de buenas canciones para compartir.