Esta última biografía del año que nos deja está reservada a Christian Gottlied Scheidler, músico y compositor alemán nacido en 1752 (dos años después de la muerte del gran Bach) y fallecido en 1815. Cuando me decidí a escribir sobre este músico clásico lo hice con la interesada disculpa de hablar sobre la Música de Cámara, pues pensaba que la guitarra no sería su instrumento principal, pero, sin embargo, aunque tocaba el violonchelo y el fagot, Christian es uno de los primeros grandes guitarristas de su época tras haber destacado en la interpretación de su antecedente inmediato en cuerda pulsada, el laúd.

No se dispone de muchos datos sobre su vida personal y musical, pero sí puede asegurarse que se trató de un artista que triunfó en su época pues además de interpretar para príncipes y ambientes elitistas, su nombre ya estaba recogido durante la segunda mitad del siglo XVIII en Gerber´s (catálogo de biografías del musicólogo alemán Ernst Ludwig Gerber 1746-1819).

A la edad de 26 años Scheidler es nombrado laudista para música de cámara y música de la Corte del Príncipe, trabajando durante casi 20 años allí también como violonchelista y fagotista, dedicando sus últimos años, ya en el siglo XIX, a la Capilla del Teatro de Frankfurt.

Una de las virtudes más apreciadas por los contemporáneos de este músico tan versátil era su capacidad de improvisación en todos los instrumentos que tocaba, y resulta espectacular que resultase tan brillante en instrumentos tan variados como difíciles: laúd y guitarra, de la familia de la cuerda pulsada, violonchelo de la familia de la cuerda frotada, o el fagot, integrado en la sección de los instrumentos de viento de madera, además de ser, como veremos, un compositor que dejó unas cuantas obras relevantes para guitarra.

Mi contacto con la música de Scheidler se produce en 1996, año en el que comencé a estudiar la asignatura más bonita de la carrera musical: la Música de Cámara. En ese primer año, tuve que preparar una obra para guitarra y violín, lógicamente encargándome de mi instrumento, y un trío para violín, viola y guitarra, de cuyo autor hablaremos otra tarde. La obra para guitarra y violín fue precisamente de este recordado compositor: “Sonata en Re Mayor para Guitarra y Violín”, arreglada por Karl Scheit (1909-1993), publicada por la editora vienesa Universal Edition en 1970.

La sonata tiene 3 movimientos. Un primer tempo allegro, pasando a un Romance para culminar en un último movimiento de Rondó. Hoy mismo he repasado esta obra y ciertamente me costaría mucho quedarme con alguna de sus tres partes, ya que toda la obra es música CON MAYÚSCULAS, pero si tengo que posicionarme me quedaría con el movimiento final del Rondó, animado y con un tema principal precioso y recurrente -como es propio de este tipo de movimiento o danza-.

Una peculiaridad de la obra es que ambos instrumentos, violín y guitarra, se expresan a la vez durante toda su duracion, lógicamente cada uno con su dibujo de notas y figuras, pero no hay fragmentos estrictamente solistas.

La sonata está en Re Mayor y en los tres movimientos se produce una modulación no tan sencilla como el nombre pueda dar a entender: de Re Mayor a Re menor, y es que entre ambas tonalidades existen 3 diferencias (los sostenidos de Fa y Do en la modalidad mayor, y el Si bemol en la menor), modulaciones de ida y de regreso que están perfectamente ensambladas y construidas de forma natural y a mi juicio consistente, pese a que la modulación va más allá de un simple cambio de tono al transformarse también la modalidad de mayor a menor. Y esto es algo que cualquiera puede apreciar, como una canción, un tema, pasa de la alegría a la nostalgia, de la celebración al recogimiento, y todo de forma decisiva haciendo uso de una modalidad mayor o menor, a lo que también contribuye -aunque para mí en menor medida-, el tempo de cada movimiento siendo habitual que los tonos mayores o alegres vayan acompañados de un ritmo más alto y viceversa, aunque, como digo, esto último tiene tantas excepciones que prácticamente no constituye regla. También son relevantes las alteraciones accidentales que encontramos en los episodios internos del movimiento inicial y que suenan perfectamente integradas, y que por su carácter efímero y corta duración en ningún momento resultan extrañas o disonantes.

Esta Sonata de Scheidler está compuesta en un compás binario de subdivisión binaria (2/4) en los movimientos inicial allegro y final rondó -es decir, los más rápidos-, mientras que el romance intermedio mantiene la subdivisión binaria pero introduce un compás de 4/4.

La rítmica es prácticamente estable y previsible, utilizando figuras sencillas (negras, corcheas y semicorcheas) y no tiene en toda la obra ninguna figura rítmica ternaria o grupo de valoración especial, pero esta simplicidad en el ritmo se compensa en los abundantes matices de expresión, puesto que ya no se trata sólo de ejecutarlos correctamente sino también de maridarlos con el otro instrumento para obtener un efecto global satisfactorio, pasando en algún fragmento del muy suave pianissimo al antagonista fortissimo, siempre con una curva ascendente o descendente de intensidades medias con matices como piano, mezzoforte (medio fuerte) o forte, y claro, sumando también las aportaciones creativas del profesor que se encargaba de la parte de violín, en orden a añadir algún ritardando o regulador de intensidad.

También resulta interesante la presencia de ligados descendentes y ascendentes, sobre todo en el rondó, cuya ejecución incorrecta puede comprometer el ritmo de unas semicorcheas en un tempo rápido, además de un grupeto de corcheas (5) a ejecutar irregularmente en el tiempo de una blanca dentro del movimiento segundo del Romance, corcheas cuya digitación me sugirió el violinista para atacarlas con seguridad sin utilizar el meñique de la mano izquierda, y desde luego que su propuesta resultó muy acertada (aún hoy es la digitación que empleo, tantos años después, y que está interiorizada).

Uno de los momentos más gratificantes de mis estudios musicales fue interpretar esta obra con otro instrumentista. Y es que para los que estudiamos un instrumento tan solista como la guitarra clásica, resultaba una aventura compartir una obra con un violinista, máxime al existir dentro de la Música de Cámara un repertorio bastante limitado para nuestro instrumento. Y aquello sonó fenomenal puesto que yo hice el esfuerzo de prepararlo y tuve la suerte de que el violinista, mi profesor, era un destacado intérprete, el rumano Daniel Ispas, primer violín de la Orquesta Sinfónica del Principado de Asturias (OSPA), cuya trayectoria en orquestas de Estados Unidos y Europa le sirvió de trampolín para tocar en la Opera de Sidney con el gran maestro Lorin Maazel.

Pero esa intensa sensación de estar interpretando en grupo una obra -algo que, insisto, para mí resultaba nuevo hasta ese momento en música clásica, cosa distinta era en el ámbito de la música rock en la que siempre estuve vinculado a tocar en formación-, es el resultado de una hermosa partitura compuesta por este gran laudista y guitarrista, que quiero poner en valor. Si pudiese elegir que un afortunado musicólogo encontrase o rescatase una partitura de un clásico no conocida aún seguramente escogería a este músico, Scheidler, y, como estamos en fechas navideñas, de ilusiones y sueños, quiero fantasear con que en alguna parte de Alemania aparezca una partitura secreta de Christian, de música de Cámara, con un papel para guitarra, que pueda sonar con la misma vigencia intemporal que la Sonata referida, cuya interpretación desborde tantas sensaciones intensas, tantas satisfacciones conjuntas, y que una formación, dueto o trío, pueda sentirla como propia.