Hoy quiero acercarme al compositor granadino Luys de Narváez, destacado vihuelista del Renacimiento. Sobre su vida nuevamente nos movemos en la indefinición propia del largo tiempo transcurrido. Se acepta que nació en Granada a finales del siglo XV, probablemente en su último año, 1500, y falleció en 1552, por lo que desarrolla paralelamente su vida a la vez que el Emperador Carlos (1500-1558), llegando a trabajar para uno de sus secretarios de Estado, Francisco de los Cobos, a quien dedica su principal obra: “Delphin de música para vihuela”, también mantiene relación profesional con la Casa de Medina Sidonia, y en la etapa final de su vida trabaja como maestro de los cantorcicos al servicio del hijo del emperador, el Príncipe Felipe, que reinará en España y en buena parte del mundo con el nombre de Felipe II.

Mi feliz contacto con la obra de este autor viene de la mano de su pieza -probablemente- más conocida y popular: Diferencias sobre “Guárdame las vacas”, que formaba parte, en mi plan de estudios, de los primeros cursos de grado medio de guitarra clásica, rescatando una vez más una antigua partitura, basada en una canción popular del siglo XVI español, del antecedente instrumental propio del Renacimiento como es la vihuela.

La partitura que estudio muestra un trabajo ensamblado en La menor, con algún guiño al tono relativo mayor de Do, pero que no invade la modalidad menor principal, bien perceptible en la nostalgia y melancolía que sus notas trasladan. Compás peculiar de 6/4 que, en realidad, viene a ser un 3/2, puesto que es la figura blanca la que sirve de parámetro para precisar la velocidad de la pieza y de sus diferentes cambios, compás pues ternario de subdivisión binaria, estable en todo su desarrollo.

Diferentes son, como se avanzó, sus cambios de pulso, pasando de unos primeros ocho compases a 66 blancas por minuto, en aire “andante”, a una segunda fase de la misma extensión a 96 blancas por minuto, ralentizando su tercera parte (en este caso de diez compases), a apenas 60 blancas por minuto, para regresar en su cuarto episodio a la “alta velocidad” de 100 blancas en sesenta segundos durante sus ocho compases siguientes, y vuelta a empezar, con dos fragmentos (quinto y sexto) de diez compases cada uno a 66 y 69 blancas por minuto, respectivamente, culminando sus doce últimos compases (séptima parte) a un tempo intermedio de 88 blancas por minuto. Cada una de estas 7 divisiones que componen la pieza tienen consignada barra de repetición, a excepción del fragmento final.

Su estructura rítmica es estable y predecible, en la línea propia de la sencillez escritural de las composiciones renacentistas, sin apenas signos o reguladores de expresión a salvo del “allargando” de los dos compases finales, preparado previamente con la cita “un poco meno” indicada en los dos compases antecedentes.

A falta de alteraciones en la armadura son habituales las accidentales de los grados, como no, sexto y séptimo (#Fa y #Sol), superdominante y sensible del tono de La menor, en ocasiones ejecutando la escala melódica ascendente, o en otras, sólo la armónica, alterando únicamente la sensible en su subida para alcanzar la tónica, -escalas éstas bien conocidas y empleadas en el contexto de la música tonal-, si bien, también por momentos, se alteran estos grados en sentido descendente. También resulta frecuente en esta pieza la utilización de #Do seguido de Re para concluir en cadencia perfecta de Sol Mayor, diluyéndose seguidamente en Do natural, por efecto del becuadro, para no sustituir el tono principal de La menor.

Como peculiaridad tengo que decir que la partitura francesa que manejé de “Garde Moi Les Vaches” estaba transcrita para la afinación moderna y convencional de la guitarra, esto es, sin reducir medio tono a la tercera cuerda, como resulta común en la práctica totalidad de las obras adaptadas a la guitarra desde la vihuela.

Narváez es un músico hoy recordado por su contribución a la cuerda pulsada en su doble faceta creativa -especialmente- e interpretativa. Sin embargo, curiosamente se dedicó en mayor medida a la polifonía vocal. “Los seys libros del Delphin de música de cifra para tañer vihuela”, -al que nos referimos al inicio- publicado en Valladolid en 1538, incluye un elevado número de fantasías instrumentales muy influyentes en décadas posteriores: romances, villancicos, o diferencias como la analizada sobre la canción popular española “Guárdame las vacas”, incluyendo arreglos y fantasías polifónicas, integrando la conocida obra de “La canción del emperador”, transcripción a la vihuela de la canción a cuatro voces “Mille Regretz”, creada por el compositor franco flamenco Josquin des Prez (1440-1521), adaptación que encantaba al emperador Carlos, por lo que pasó a la posteridad como “su canción”.

En definitiva, Luys de Narváez , cuyo nombre propio aparece históricamente con “y” en ocasiones y en otras con “i”, es otro extraordinario músico del Renacimiento a quien se le recuerda en su ciudad natal, Granada, más recientemente, con el Premio de Composición otorgado por la Real Academia de Bellas Artes de Nuestra Señora de las Angustias de Granada, pero al que se le rinde tributo con letras mayúsculas cada vez que un guitarrista o un cantante interpreta alguna de sus geniales composiciones.