Esta tarde, por fin, y cumpliendo la palabra dada en biografías anteriores, voy a escribir sobre Hendrix, motor inspirador de buena parte del Rock de los últimos 50 años.

James Marshall Hendrix nació en 1942 en Seattle (Estado de Washington), y falleció en 1970 en Londres con apenas 27 años, tras una corta y excepcional carrera profesional. Comenzó a tocar la guitarra a los 11 años, edad que puede considerarse temprana para este instrumento, a diferencia de otros, en los que vemos a niños y niñas de 4 años ya iniciados, en gran parte por la construcción de instrumentos de arco más pequeños o teclados reducidos adaptados a ellos, lo que no abunda con las guitarras. La primera que tuvo Jimi para practicar fue una acústica pero, apenas un año después, ya comenzó a moverse por el estrecho mástil de las eléctricas. Comenzó tocando Rhythm and Blues con grupos aficionados, teniendo como referencias a Muddy Waters, B.B.King, Howlin’ Wolf, Elmore James o Eddie Cochran. Puede decirse que debemos al Blues la revolución que este genio de las cuerdas de acero estaba a punto de comenzar.

Tras abandonar el ejército americano, Jimi se centró profesionalmente en la música, con toda la intensidad y pasión de su insultante juventud. En poco tiempo consiguió que aquellos intérpretes a los que admiraba pocos años antes se convirtieran en compañeros de escenarios: concretamente el gran B.B.King -en mayor medida-, además de Solomon Burke, Sam Cooke, Jackie Wilson, Little Richard, Ike & Tina Turner, entre otros.

Hendrix, pese al éxito y reconocimiento, no estaba seguro de sus cualidades como cantante y, lo que son las cosas, despeja sus dudas al escuchar a Bob Dylan a mediados de los sesenta (no decimos que llegara a pensar que si canta Bob Dylan canta cualquiera, pero lo cierto es que Bob no es un prodigio de cantante, si bien nadie puede discutir la calidad de lo que cuenta y cómo llega a quienes le escuchan).

En 1966 funda la banda “Jimmy James and The Blue Flames”, con la que recorre buena parte de los Clubs del Oeste de Manhattan, en el Greenwich Village de Nueva York, con un repertorio básico de Blues, captando la atención de Chas Chandler, ex bajista de “The Animals”, quien le propone que se traslade a Inglaterra y desarrolle su talento en otros campos musicales como el Pop. Jimi acepta el reto, cambiando su nombre artístico y comenzando a tocar en un trío, “Jimi Hendrix Experience” con Noel Redding al bajo y Mitch Mitchell a la batería, iniciándose su reconocimiento internacional, con versiones como “Hey Joe”, “Like a Rolling Stone”, -ambas en la onda Pop-, o “Land of a Thousand Dances” o “In the Midnight Hour”, éstas en línea Soul, maridadas de algunas composiciones propias. Pero esta inmersión en otros estilos musicales no evitó que Jimi regresara recurrentemente al Blues, y no al más ortodoxo precisamente, sino a un estilo psicodélico que se traduce en el rock más duro que jamás se había escuchado, ayudado de la curiosa experimentación de Hendrix con las posibilidades de distorsión que ofrecían los amplificadores.

En 1967 publica su primer disco: “Are you experienced?”, y esa revolución técnica llama la atención de los guitarristas más importantes y prestigiosos del momento, como Eric Clapton o Pete Townshend, llegando incluso a intermediar Paul McCartney para su contratación en el Festival de Monterrey. Puede decirse que, si todos los grandes músicos tienen una actuación decisiva en el devenir de sus carreras, este concierto representó para Jimi su consagración como estrella, destacando no sólo su incomparable técnica con la guitarra sino su extraordinario magnetismo en el escenario, además de ese carácter aparentemente indomable de su presencia escénica coronado con la extravagancia de prender fuego al instrumento. 1968 puede decirse que fue un año de éxito y confirmación, arrasando en sus directos por tantas y tantas ciudades y consiguiendo vender más de medio millón de discos. De este año es su álbum: “Axis, Bold as Love” en el que pueden apreciarse sus solos a un volumen tan astronómico como distorsionado, trabajo en el que pudo dar rienda suelta a sus múltiples experimentaciones con el efecto wha-wha.

Hendrix puede decirse que redefinió las posibilidades musicales de la guitarra eléctrica, al integrar en su estilo buena parte de la gama de distorsiones del sonido producidas por el amplificador y que eran consideradas como defectos técnicos, con la genialidad de utilizar la distorsión no como un mero recurso de adorno, puntual en un solo, sino que encadenaba múltiples sonidos distorsionados con sentido armónico. En ese mismo año 1968 también editó “Electric Ladyland”.

En 1969 el grupo de Hendrix participa en el histórico festival de Woodstock, pero el éxito que alimentaba su estrella iba en proporción inversa a la baja calidad de su vida personal y, como siempre se trata de vasos comunicantes, se precipita la disolución del grupo, y el comienzo de un nuevo proyecto con la banda “The Band of Gypsies”, con la que participa en su trabajo “Rainbow Bridge”; estamos ya en 1970, trasladándose al final de agosto a Inglaterra para participar en el festival de la isla de Wight en la que sería su última actuación, ya que fallece el 18 de septiembre de 1970 en Londres por asfixia involuntaria.

Mi contacto con la música de Hendrix puede decirse que fue inevitable, ya que resulta difícil comenzar a tocar la guitarra eléctrica con 15 años y no sentirse atraído por todas sus innovaciones en el universo de la distorsión, en el que el himno de Estados Unidos, tocado en el concierto de Woodstock, puede ser un ejemplo de su capacidad de secuenciar armónicamente solos tan largos como distorsionados.

Su guitarra fetiche es si duda la Fender Stratocaster y sus amplificadores Marshall -curiosamente como su segundo nombre-, y, sin duda, lo más impactante de su ejecución musical es que, al ser zurdo, tocaba con la guitarra al revés y con las cuerdas en sentido inverso (las agudas arriba y las graves abajo), lo que resultaba estéticamente peculiar no ya por la estructura de la Fender en sentido inverso sino especialmente por verle puntear por las cuerdas superiores. Esta peculiaridad le permitía un manejo más fluido de los mandos de control y de la palanca de vibrato, tocados prácticamente al unísono.

Jimi Hendrix fue un innovador que investigó todas las posibilidades técnicas que le brindaban los equipos de su época y convirtió, como muchas veces los genios consiguen, una deficiencia en una potencial ventaja por cuanto el sonido distorsionante a elevado volumen que otros despreciaron, él lo integró en sus composiciones con la naturalidad que su dominio técnico le permitía. Un ejemplo de este pionero de las seis cuerdas metálicas es el sonido que obtenía de su amplificador de seis bafles Marshall, al que Jimi bautizó como “Octavia”, ya que gracias a él y a su extraordinario manejo podía subir una octava más la nota que estuviera pulsando, sirviéndose del complemento Univibe para la distorsión, efecto, por cierto, diseñado para órganos (integrado en la familia de los pedales Phase Shifter), y que es una especie de micrófono giratorio.

Hoy, en 2019, casi 49 años después de su muerte, resulta aún estremecedor leer unas palabras que dejó escritas Hendrix poco antes de su muerte y que resultaban premonitorias: “He descrito un círculo completo. Estoy de regreso donde comencé. A esta era de la música se lo he dado todo. Mi música es la misma y no se me ocurre qué pueda añadir de nuevo”.

Y es cierto. Jimi Hendrix en su corta pero intensísima carrera musical nos regaló todo el talento que llevaba dentro, una puesta en escena demoledora y una técnica increíble, siendo capaz de tocar la guitarra con los dientes, con las piernas o con la guitarra cargada a la espalda. Nos encontramos sin duda ante el guitarrista más influyente e inspirador de la historia de la guitarra eléctrica (y ya van 82 años desde que se concedió la primera patente a GD Beauchamp). ¡Quién sabe lo que Hendrix sería capaz de hacer con los modernos equipos musicales de la era de la tecnología! La Tierra se te quedaba pequeña Jimi.