Esta tarde quiero dedicar unas líneas a Scarlatti, un compositor del Barroco de origen italiano pero que desarrolló su vida en nuestro país. Domenico nace en Nápoles en 1685 (mismo año que el gran Johann Sebastian Bach, cuya biografía fue tratada aquí el 22 de diciembre de 2017: Johann Sebastian Bach, el genio barroco), en una época en la que Nápoles pertenecía a la Corona de España, y fallece en Madrid en 1757. Con sólo dieciséis años consigue el puesto de organista en la Capilla Real de la Corte Española de Nápoles, y con apenas diecinueve obtuvo el encargo de revisar la Ópera “Irene” de Carlo Francesco Pollarolo (1653-1723) para una representación en Nápoles. Poco después su padre le envió a Venecia a seguir con su formación aunque no se disponen datos fiables del tiempo que pasó en esta ciudad. Sí conocemos que en 1709 se traslada a Roma, donde se pone al servicio de la exiliada reina polaca María Casimira, donde coincidió con el compositor y laudista Silvius Léopold Weiss, también polaco -cuya biografía se trató aquí el 12 de Enero de 2018: ¿Y qué podemos decir del gran Weiss?-, llegando a componer varias Óperas para el Teatro privado de la reina exiliada.

Su talento con la clave (instrumento, al igual que la guitarra y arpa, de cuerda pulsada) era impresionante, al punto de superar, tras una especie de competición que se organizó en Roma, al mismísimo Georg Friedrich Händel, aunque, al parecer, Händel tomó cumplida revancha de Scarlatti a los mandos del órgano (instrumento en realidad de viento, dentro de la categoría de instrumentos de teclado y de la subcategoría de aire insuflado). En cualquier caso, hablamos de primeras espadas del Barroco Musical.

Su estancia en Roma no hizo sino agrandar su figura musical, consiguiendo el puesto de maestro de capilla en la Basílica de San Pedro entre 1715 y 1719, año a partir del cual comienza a viajar por varias capitales de Europa. Inicialmente viaja a Londres para estrenar su ópera “Narciso” en el King´s Theatre. Seguidamente viaja a Lisboa donde será maestro de música de la Princesa Bárbara de Braganza, que con el tiempo llegaría a ser la esposa de nuestro Rey Fernando VI, y precisamente, a causa de esta boda, Scarlatti llega a nuestro país en 1729 acompañando al séquito nupcial, y aquí se quedaría durante sus veintiocho últimos años de su vida, primero en Sevilla y, a partir de 1733, en Madrid, continuando con su labor docente con la ya reina Bárbara de Braganza. El vínculo de Scarlatti con España resulta también familiar ya que, tras fallecer su primera esposa, Maria Caterina Gentili, contrajo matrimonio en 1742 (ya con 57 años) con la española Anastasia Maxarti Ximenes (con la que llegó a tener cinco hijos).

A estas alturas del relato puede plantearse cuál es la razón de haber seleccionado a este compositor barroco en este blog cuando sus especialidades interpretativas fueron, como apuntamos, los instrumentos de teclado. Pues bien, como ocurre con la trayectoria musical de Henry Purcell, al que dedicamos un espacio en este blog el 11 de octubre de 2019: Henry Purcell, músico de leyenda: del clavicémbalo a la guitarra, nos encontramos con un músico que dejó para la posteridad más de 500 sonatas para teclado, bipartitas, que implica la asociación de dos temas en tonalidades distintas para desarrollarse y confluir acordes con la tonalidad principal de la obra, de las que buena parte de ellas han sido exitosamente transcritas para guitarra. Todas estas sonatas fueron compuestas en nuestro país que, de alguna forma, era el suyo (puesto que Nápoles pertenecía al Reino de España, además de haber pasado tantos años en Madrid), y además sus fuentes de inspiración son danzas populares españolas (recordemos que su estancia en Sevilla le puso en contacto con los aires y ritmos de la música andaluza).

Mi contacto con la música de Domenico Scarlatti acaba de producirse. Uno de mis regalos navideños fue un Libro de Música para Guitarra Clásica monográfico de este autor, titulado “25 Sonates Transcrites Pour Guitare”, de Éditions Castelle (France), edición de 2001 (de esos libros que solamente Los Reyes Magos son capaces de localizar y hacer llegar al destino de cuantos nos portamos medianamente bien durante el resto del año).

La transcripción de las sonatas para Guitarra está realizada por Olivier Château y los trabajos, ayudados por la calidad y claridad de impresión de las partituras, resultan sugestionantes para la lectura a primera vista. Olivier, en el prefacio del libro, coloca a Scarlatti en la división más alta del Barroco musical, junto con Bach y Händel, calificando al napolitano como “plus espagnol qu´un espagnol” (más español que un español), aunque yo diría nada más y nada menos que un español más.

Las obras que he podido disfrutar en una lectura a primera vista (Sonate K.322/L.483, Sonate K.178/L.162, Sonate K.8/L.488, y Sonate K. 286/L.394), resultan un hermoso ejercicio de viaje al pasado, de exploración del Barroco, de imaginar cómo podían sentir y vivir nuestros antepasados, sumergiéndome en los sonidos del Siglo XVIII.

Los tempos de las sonatas son muy variados y van desde el Andante al Presto, pasando por el Moderato y el Allegro, con alguna licencia peculiar para un tiempo musical como son el Cantabile o el Pastorale. Los ritmos son tan variados como su prolífica obra. Encontramos simplemente en esta edición, -que viene a representar un cinco por ciento de su producción de sonatas-, tanto ritmos binarios y ternarios como de subdivisión binaria o ternaria, eso sí, con tonalidades más estables y repetidas como Re Mayor, La Mayor, La menor o Re Menor. Hablamos de tonalidades con 1, 2 ó 3 sostenidos, sin alteraciones o con un bemol, aunque esa aparente sencillez tonal resulta solamente perceptible en la armadura y en la resolución, puesto que una de las señas de identidad de estas formas musicales de Scarlatti es, precisamente, la multiplicidad tonal dentro de la misma obra.

Las estructuras armónicas tienen su dificultad de ejecución ya que se despliegan por buena parte del diapasón, con múltiples cejillas, y con la dificultad especial de la presencia -tan barroca- de trinos (adorno musical que consiste en una rápida alternancia entre dos notas adyacentes, normalmente a un semitono o a un tono de distancia), cuya rápida ejecución siempre amenaza con romper el ritmo, pero que correctamente ejecutados cualifican una interpretación correcta en brillante.

Domenico Scarlatti también ha pervivido no sólo por sus Sonatas sino también por la escuela de sus alumnos. De hecho está considerado como el iniciador de la Escuela de Clave Española del Siglo XVIII, con discípulos tan relevantes como el Padre Soler (1729-1783). Sin embargo, como tantas veces ocurre en el arte, solamente una pequeña parte de sus composiciones se publicó en vida del compositor, supervisando el propio Scarlatti una antología de treinta sonatas titulada “Essercizi per gravicembalo” en 1738, aunque afortunadamente las obras han pervivido en su práctica integridad. Resulta llamativa la originalidad de estas sonatas, que se apartan tanto de su producción operística (diez) como de su cosecha instrumental que muestra una relevante obra de polifonía vocal religiosa además de sus cantatas profanas, seguramente porque las fuentes de estas sonatas son bien distintas y provienen en gran medida de los aires populares, pero además de su complejidad técnica, con uso abundante de la acciaccatura (salto de manos) en la clave, con utilización de modos musicales hispano árabes y con la peculiaridad de tensionar la modulación al punto de demorar más de lo habitual la caída en la tónica, tan agradable al oído consonante que todos tenemos; Sonatas que en vida del autor fueron exportadas a Inglaterra con la ayuda del compositor Thomas Roseingrave (1690-1766), con quien coincidió en su etapa romana.

Precisamente, la originalidad y brillantez de los recursos musicales empleados en las Sonatas hacen de Domenico Scarlatti, un precursor del Clasicismo que pronto iba a sustituir al Barroco, (se considera que el año 1750, muerte del gran Johann Sebastian Bach marca su fin), e incluso de estilos musicales posteriores como el Romanticismo y el Modernismo; es decir, su influencia musical llega hasta, al menos, el Siglo XX.

Querido Domenico, seguramente estarás en algún lugar hermoso en compañía de Händel, compitiendo una vez más en virtuosismo a los teclados, puesto que no cabe duda de que si te presentaste ante San Pedro -como recepcionista del Altísimo- con esa bella obra polifónica titulada “Stabat Mater”, a diez voces solistas en contrapunto, aunando la tradición católica y española de la música religiosa, seguro que encontraste acomodo en los cielos.

Prometo leer cada una de las sonatas de este libro que me ha conectado a tu música y que me ha incentivado a explorar tu vida y tu trayectoria, Domingo Escarlati, pues tan español fuiste que incluso castellanizaste tu nombre y apellido al final de tu vida, lo que transmitiste a tus descendientes hasta los “bellos años 20” del Siglo XXI, y nos brindas el orgullo de contar con un músico de talla universal en la historia musical europea: otro,          -realmente superlativo-, de los nuestros.